lunes, 11 de julio de 2011

Who Wants To Live Forever?

La vida, se nos escurre entre manos?



Y la respuesta que le daríamos a Freddie es: TODOS, seamos concientes o no de este hecho; y aunque incluso no lo reconozcamos abiertamente o lo neguemos, en el fondo de nuestro interior sabemos que es así…

Desde épocas ancestrales la humanidad ha intentado hilvanar conclusiones alternativas ante la certeza poco halagüeña de que la muerte es el fin de nuestra existencia. A raíz del post en el blog de un amigo y colega, me puse a reflexionar un poco más en esta cuestión, lo cual a su vez me llevó a dedicarle más atención a cómo este deseo humano inherente se refleja en multitud de disciplinas como el arte y la literatura, la ciencia, la medicina, la tecnología y obviamente, la religión. Pero también en lo que hacemos en nuestra vida cotidiana.

Es inquietante... ¿Por qué nos cuesta comprender, al punto de que no nos entra en la cabeza, que algo no tenga principio o un punto de partida (como el concepto de plano o de recta) pero sí podemos entender con, relativamente, bastante más facilidad el concepto de algo que se proyecte hacia el infinito (como la noción de semi- recta o los números reales)? Por lo menos personalmente, siempre tuve esa sensación de ser capaz de comprender lo segundo, mas no así lo primero. ¿Por qué nos cuestionamos hacia dónde vamos o qué hay más allá de...??  Por qué la preocupación recurrente por intentar conocer y explicar un futuro póstumo?

Lo más sorprendente es el gran abanico de variantes que se abre sobre la cuestión de “sobrevivir” a la muerte, ya sea literal como simbólicamente. Y en este último caso, me refiero a la posibilidad que barajamos y perseguimos de dejar en nuestra sociedad un legado o una huella de nuestro tránsito por el universo, tanto en la forma de descendencia como plasmando nuestra esencia y manera de pensar a través del arte, escritos, documentos, obras y acciones varias (quizás sociales, artísticas, edilicias, ecológicas… todo tipo de creaciones ideológicas y/o manuales). Todas formas de satisfacer esa necesidad intrínseca de inmortalizarnos, de decir “yo estuve acá”, mi individualidad. Me refiero en parte al famoso “tener un hijo, plantar un árbol, escribir un libro”… Al fin y al cabo, somos todos seres singulares, que como tales, buscamos dejar nuestra particular e individual impronta. Nos negamos a pasar inadvertidos o a dedicarnos a “contemplar la vida en sí” como si fuera una proyección cinematográfica ajena a nosotros. Necesitamos formar parte, tomar cartas en el asunto llamado “EXISTENCIA”. Nadie en su sano juicio quiere ser un simple espectador o quedarse cruzado de brazos, más allá de que todo ser humano tenga momentos o épocas de altibajos emocionales o mentales que le limiten o hasta impidan la acción (por eso dije “en su sano juicio”); quizás depresión o alguna otra enfermedad psíquica, experiencias traumáticas, alguna situación desesperante, una enfermedad terminal… Todas variables que quizás temporalmente (en casos extremos pueden llegar a ser permanentes pero no es la norma general en condiciones corrientes de vida) pueden socavar este deseo. Incluso aquellos que llegan a una decisión cúlmine como el suicidio, generalmente lo hacen con el alivio que les brinda pensar que algo mejor les espera o que parte de su ser seguirá existiendo, proyectándose en su familia, afectos… De ahí que muchos recurran a dejar cartas o notas con sus últimos pensamientos.  Es decir, esta búsqueda es tan humana como nosotros mismos. Queremos que nos recuerden, que nuestras acciones nos hagan perdurar en la posteridad. Algunos le dan a esto una utilidad positiva y otros no tanto. Eso depende de otros factores que no es mi intención aquí tratar y que probablemente nadie tenga derecho a juzgar.

El Reloj Blando de Dalí
Yendo a la parte un poco más literal del asunto, solemos sentir muchas veces el paso del tiempo como un fantasma que nos acosa para anunciarnos que nuestros días se van reduciendo… Es así que contemplamos fotografías (tanto reales como las que toma nuestro cerebro en la forma de “recuerdos”) con un dejo amargo de melancolía, como millones de imágenes sepia que se apoderan de nosotros, por el temor de que nunca más se reproduzcan ante nosotros y el universo se vaya cerrando sobre nuestras narices. Nadie quiere partir ni despedirse de este mundo… hay miles de casos de seres que se aferran y luchan por un último aliento; algunos que “gritan” incluso desde el silencio de un estado vegetativo. Y en caso de que debamos partir, lo hacemos sólo bajo el consuelo, y sosteniendo internamente y a toda costa la premisa de que una existencia ulterior y mejor nos aguarda.

Profundizando un poco más sobre este aliciente de “vida después de la vida”, encontramos multitud de alusiones sobre esta esperanza... elíxires para la vida eterna, conjuros mágicos, leyendas de dioses inmortales... La frase final de nuestros cuentos infantiles es "y fueron felices POR SIEMPRE", cuando bien sabemos que hasta los príncipes y princesas se encaran al mismo triste destino que compartimos todos los seres humanos; nos cuesta mucho trabajo y dolor tener que admitir y explicarle a nuestros niños la dura y difícil realidad de la muerte.

Nos topamos con esta esperanza de vida eterna desde los egipcios (con sus prácticas de momificación para preservar la vida futura de los individuos, y ritos de adoración para aplacar a los espíritus difuntos vivientes en “el otro mundo”) hasta los griegos (cuyos guerreros libraban batallas en pos, por un lado, de labrarse un buen nombre y de ser recordados por su honor y valentía, y por otro lado de alcanzar la feliz inmortalidad “en otra vida”, como los héroes y dioses de sus mitologías). Algo que también se repite en los guerreros orientales e indígenas americanos. Así es, estas ideas recorren toda nuestra historia y trascienden toda barrera geográfica y religiosa, auque lógicamente con algunas reformas y variantes… De hecho, es digno de destacar que hayan surgido todas simultáneamente entre territorios y pueblos que ni siquiera se conocían entre sí ni tenían algún tipo de contacto. Nuevamente, parece ser que el deseo de perpetuarse y de alcanzar la eternidad de alguna manera es propio del hombre en todo lugar y época histórica.

Pero algo que muchas veces se pierde de vista, es que también ramas de la ciencia y la tecnología, como la biogenética, y el desarrollo de inteligencia artificial, son nuevas y más modernas formas de buscar la prolongación de la propia existencia, aunque sea en una alteridad, y entonces poder abrigar alguna perspectiva de vida futura. Así, mientras muchos actualmente esperan que la misma continúe después de la muerte en un universo o plano espiritual, y otros esperan que su esencia reencarne perpetuamente en diversos seres vivientes, tenemos a otros tantos que tienen la esperanza de que sus células con su cadena de ADN, que los hace seres únicos e individuales, puedan ser reparadas o reproducidas en una réplica de ellos mismos, y muchos otros anhelan y consideran más plausible la posibilidad que su mente, con toda su estructura de relaciones y conexiones químicas, en algún futuro pueda ser portada por una computadora o un robot. Todas formas alternativas de vida para sobrevivir a la muerte… Después de todo parece ser que estamos “programados” como por un software interno para satisfacer esta necesidad, la cual nos diferencia como especie de otras, por ejemplo de los animales[1]. La pregunta ahora es nueva y rotundamente la de siempre: ¿por qué? Suena bastante cruel y paradójico que seamos una especie con la capacidad de razonar sobre estos asuntos y de interpelarnos, y sin embargo tengamos tan pocas respuestas para resolver estos enigmas, ¿no es así? Te reitero, ¿por qué? Ésa, la dejo en tus manos…



[1] No me refiero acá al instinto de supervivencia, el cual obviamente es común a todos los organismos vivos. Más bien me refiero a la búsqueda de sentido sobre nuestra propia existencia y a la proyección de una forma de vida futura, como alternativa para sortear el escollo de la muerte.

1 comentario:

Mala Prensa dijo...

¡Gran publicación! Un tema realmente apasionante del que nadie puede considerarse exento.
Lo que halla mas allá de la muerte es algo que nos preguntamos todos. Quizá por una incapacidad para aceptar que todo lo que somos y lo que fuimos juntando a lo largo del tiempo pueda desvanecerse así como así.
Por otra parte, deseamos poder perpetuarnos, ya sea con la promesa de la vida eterna en otro plano, reencarnando o a través de los avances científicos. Nuestro deseo es tal que perdemos de vista que probablemente la vida no sería tan mágica si no fuera tan breve (aunque esto puede que sea una simple racionalización, a modo de consuelo).
Plantear el tema solo genera más preguntas, cada uno podrá encontrar en su fuero íntimo algún ensayo de respuesta, aunque por la misma naturaleza de la cuestión nunca de con la revelación definitiva ni satisfactoria.
El interrogante es ¿por qué? y a esto tampoco tengo la respuesta.