jueves, 17 de abril de 2014

La vida en Jeroglíficos

Pensaba… ahora con estos telefonitos que uno lleva siempre encima es más fácil escribir cuando y donde sea, antes de que el pensamiento vuele de la mente hacia algún depósito de ideas (estaría bueno no? una “nube” cibernética de pensamientos fugaces y perdidos).
Notaba también que mi habilidad mejora considerablemente cuanto más perturbada me encuentre. Cosa inversamente proporcional a lo que sucede con la lectura; imposible de llevar adelante cuando la mente se halla tan compungida y abarrotada.
Pero como ambas actividades son tan complementarias entre sí… podríamos decir que, al menos en mi caso, resultaría lo más sensato dedicarme a la lectura cuando estoy optimista, despejada y alegre, y dedicarme a la escritura cuando estoy triste, negativa, abrumada, melancólica.
Y es como que los momentos de luminosidad mental uno tiene que aprovecharlos para enriquecer el espíritu y prepararse para cuando la oscuridad toque a las puertas. Así estará mejor parado para expresarse y volcar su corazón cuando la desesperación y la angustia hayan ganado la partida.
Por otro lado, parece que se trata de elegir entre el arte de sociabilizar y el arte de escribir… resignarse a la soledad para entenderse, entender y expresarse; sacrificio que por supuesto estará condicionado a la búsqueda ulterior que cada uno persiga en su vida.

Pero la sensación de escribir lo vale… esa invasión infinita de más y más ideas que nos lleva a escribir más y mejor cuanto más lo hacemos… llevándonos a estar cada vez más y más cerca del límite entre la locura y la total curación.

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