Pensaba… ahora con estos
telefonitos que uno lleva siempre encima es más fácil escribir cuando y donde
sea, antes de que el pensamiento vuele de la mente hacia algún depósito de
ideas (estaría bueno no? una “nube” cibernética de pensamientos fugaces y perdidos).
Notaba también que mi habilidad
mejora considerablemente cuanto más perturbada me encuentre. Cosa inversamente
proporcional a lo que sucede con la lectura; imposible de llevar adelante
cuando la mente se halla tan compungida y abarrotada.
Pero como ambas actividades son
tan complementarias entre sí… podríamos decir que, al menos en mi caso,
resultaría lo más sensato dedicarme a la lectura cuando estoy optimista,
despejada y alegre, y dedicarme a la escritura cuando estoy triste, negativa,
abrumada, melancólica.
Y es como que los momentos de
luminosidad mental uno tiene que aprovecharlos para enriquecer el espíritu y prepararse
para cuando la oscuridad toque a las puertas. Así estará mejor parado para
expresarse y volcar su corazón cuando la desesperación y la angustia hayan
ganado la partida.
Por otro lado, parece que se
trata de elegir entre el arte de sociabilizar y el arte de escribir… resignarse
a la soledad para entenderse, entender y expresarse; sacrificio que por
supuesto estará condicionado a la búsqueda ulterior que cada uno persiga en su
vida.
Pero la sensación de escribir lo
vale… esa invasión infinita de más y más ideas que nos lleva a escribir más y
mejor cuanto más lo hacemos… llevándonos a estar cada vez más y más cerca del
límite entre la locura y la total curación.
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