Asfalto y alquitrán,
la supervivencia del más apto
baña tu esqueleto con un hollín residual.
circundada por interrogantes
que nunca se responderán.
Somos un gris cardumen
navegando por un mar de cemento
que nos conduce hacia ningún lugar.
Resuena el clamor de tu ira
que envenena mis pulmones
con agonizante crueldad.
El cielo huye
y el sol se refugia
en los ecos de la soledad.
El reloj con sus agujas marca una sonrisa socarrona.
“Sálvese quien pueda!”,
gritamos al unísono una vez más.
1 comentario:
Excelente!!! Me encanto!
Es curioso como la ciudad (o por lo menos la percepción que tenemos de la misma) no lleva a vivir bajo las leyes de la selva. Como nos diluimos en la multitud. Como sentimos la opresión del reloj con toda su tiranía, y como, en ocasiones no podemos encontrar refugio en ningún lugar o persona.
No hay demasiado que agregar a lo que con tanta elocuencia poética se ha expresado!
Publicar un comentario