Siguiente estación… “estás por vos mismo”…
Suelo pensar en la vida como si de un viaje en tren se tratara…
Se sube y se baja gente, a algunos les mirás las caras, con otros te ponés a dialogar… Algunos se sientan al lado tuyo, otros solamente te miran desde su lugar, donde están parados y estáticos, aferrados a algo que los sostenga a ellos nomás.
En algunas estaciones se frena durante un tiempo más prolongado, en otras pasa tan sólo como si de una sombra fugaz se tratara y cuando, mirando a través de la ventanilla, volteás tu cabeza hacia atrás, ya…
… allí quedó la estación despoblada y oscura una vez más.
Hay estaciones alegres, pobladas de gente, muchas veces apresurada o que llega llena de ilusiones y esperanzas. Hay otras que son lúgubres, descuidadas, desoladas, quizás estropeadas por el paso de los años o porque quedaron ahí, congeladas en el tiempo y con escasos visitantes o transeúntes, convirtiéndose en paradas “fantasmas”.
Hay vagones más atestados de gente, donde los pasajeros son más temporales porque hacen viajes cortitos y se suben sólo para descender un par de estaciones más adelante. Hay vagones donde hay pasajeros muy cansados ya de tanto viajar; muchos van adormilados y aletargados; rendidos en los brazos de Morfeo, se pierden de disfrutar de los paisajes, la aventura… y el viaje sigue, con o sin ellos. En otros, la gente va muy ansiosa, mirando el reloj porque no ve las horas de llegar. Y finalmente, tenemos a las personas que se relajan para observar su alrededor dentro y fuera del tren, el paisaje que los rodea, los rostros que los acompañan…
Muchas veces nuestra travesía es una verdadera aventura, llena de optimismo, suspenso, sorpresas agradables, encuentros, sueños… A veces las vías del ferrocarril tienen los rieles deteriorados o con roturas, por falta de mantenimiento quizás, que hacen que el tránsito se alentice y se convierta en una verdadera odisea, con riesgos, contratiempos e inseguridades… y el viaje se torna peligroso.
Pero hay situaciones más complejas… cuando nuestro tren descarrila… qué sucede entonces? Por qué ocurre esto? Cómo nos sentimos? Probablemente pensemos que nunca más podremos proseguir con nuestra marcha. Que ya le tomamos fobia a viajar en tren y que no nos subiremos nunca más a ningún otro en busca de ninguna aventura… Nos negamos a la vida… Ahí quedaron aplastados en las vías nuestros sueños, y dejamos abatidas nuestras convicciones y deseos flotando en un vagón totalmente castigado por los golpes, abollado y colapsado… sin nadie que lo habite… vacío de cualquier tipo de vida, un verdadero yermo. Y nos bajamos del tren con absolutamente nada.
Sí... Descarrillamos justamente al llegar a esa odiadísima y tan eludida estación... la mencionada en la primera de estas líneas.
Nos sentimos solos, abandonados y magullados. Nuestra aventura parece que fracasó… La travesía nos desilusionó, no fue lo que esperábamos y ansiábamos. Nos sentimos estafados por quien nos vendió el boleto. Y ahí estamos… sentados en uno de esos banquitos que tienen las maderas roídas por el viento y la lluvia. Nos sentamos a ver cómo pasan efímeramente los trenes siguientes… como simples espectadores de la vida. Otras veces nos quedamos vagando por las zonas aledañas a la estación, ya que no tenemos más rumbo ni destino, ni nos molestamos en buscar uno nuevo. Y mientras… miramos el reloj… pero esta vez el tiempo no transcurre tan rápido que parece que no vamos a llegar adonde deseamos a horario, sino sigilosa y letalmente, porque no estamos dirigiéndonos hacia ninguna parte. No tenemos más que lo puesto. Estamos desorientados, inanimados, abatidos, desconcertados… Parece que no existe lugar alguno en el planeta para nuestro espíritu, ningún lugar donde acudir. Ni tampoco lo buscamos… seguimos vagando. Miramos a nuestro alrededor y parece que nadie quiere descender en esa “maldita” fantasmagórica estación porque seguimos solos; no hay nadie a nuestro alrededor, ni en las cercanías (o esa es nuestra sensación). Tampoco caminamos un poco más allá para pedir ayuda, para qué? Pasan los trenes pero en esa parada nadie se baja. Y por qué nos pasó a nosotros? Nos ponemos a pensar… Por qué a mí?
Hasta que… un momento! Por qué seguir así y allí? Por qué lamentarse por el descarrilamiento en vez de abordar otro tren?? Empezamos a auto-alentarnos, a cobrar fuerzas, valor y coraje para animarnos a subir a otro tren. Y esperamos ansiosamente… miramos el reloj ahora sí con optimismo y esperanza, con nuevos bríos… nos paramos pegaditos, bien pegaditos, al borde del andén para divisar lo antes posible la llegada del próximo tren. Hasta que nuestro deseo se hace realidad y allí se abren las puertas ante nosotros. Ascendemos y esta vez nos resolvemos a ser de esos que disfrutan del viaje, que se relajan, que observan con animosidad e ilusión su alrededor, que descubren una mirada nueva, un paisaje de ensordecedora belleza. Después de todo, importa tanto llegar a algún destino, o más bien, el viaje que nos lleve a él? No podemos acaso constantemente seguir aprendiendo y fascinándonos en esta marcha de la vida?
1 comentario:
Todos estamos viajando. Algunos para llegar a algún lugar, otros sin rumbo, por el simple placer de viajar. Todos hemos recorrido nuevas estaciones, algunas exóticas, otras deslumbrantes y otras tantas oscuras.
La tentación de quedarse en alguna de ellas suele ser fuerte. Sin embargo, de vez en cuando, necesitamos que pase Ese Tren (así con mayúsculas) que nos devuelva a casa. No importa si se trata de un tren bala hiper moderno o de una simple locomotora a vapor con un vagón destartalado.
Seguramente volveremos con una sonrisa y al cabo de un tiempo estaremos dispuestos a comprar nuevamente boleto de ida.
Como la vida misma, las vías nos atraviesan, recorren nuestro espíritu y nuestros sentidos. Ahí es donde este relato cobra su máxima belleza y su sinceridad inapelable, configurando una elaborada analogía a la vez auto referencial y universal, la que es muy difícil no sentir cercana y hasta se permite un final esperanzador.
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