En tu trémula voz, la fragilidad
de la derrota, sangrando por el hueco de mi alma… Sonaba el eco en el vacío del
abismo que nos separaba… conversábamos sobre cuestiones imposibles de
descifrar, como adivinando un rumbo, cuando lo único cierto era la agonía de la
duda.
Sabíamos encontrarnos en los
silencios; ahí donde todo es parálisis y sombras. Te expliqué sobre la luna,
tan escurridiza y hermosa como tu alma.
Nos acostumbrábamos a ser seres
errantes vagando por un desierto abrasador que nos asfixiaba… AIRE!...
Estábamos rotos, desgastados, y
despojados de nuestra esencia; habíamos perdido nuestra batalla sin encontrar
retorno, inmóviles en nuestros puntos equidistantes que iban y venían como
jugando a las escondidas.
Aprendía a amar tu cercana lejanía…
Y habíamos perdido la razón, sólo
hablábamos con nosotros mismos… sin palabras nos reflejábamos en el otro y nos
espantábamos con la imagen más desgraciada… la de la locura absoluta, la del
miedo amenazante y la de la más vulnerable culpa.
Relatos sobre lunas sin ninguna
lógica… mientras la cordura nos traicionaba y se convertía en nuestro peor
enemigo.
Se oía nuestra delirante sinfonía
inconclusa parpadeando sin sentido en algún rincón de ningún lado.
Sabés? No puede haber algo más
puro que dos personas limpiando sus mutuas heridas, aún cuando la sanación se
jacte de inalcanzable… aún cuando reinen el caos y la confusión en el lugar más
remoto.
Y aunque se nos fue la vida
peleando en las trincheras, amor, de pie y con la frente en alto; porque más
vale morir con honor que vivir en la más atormentadora vergüenza.
Sólo nos queda rogar por piedad y
por el abrazo de la más dulce misericordia para que la redención sea verdadera
y escribamos una página en blanco.
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