miércoles, 26 de septiembre de 2012

Juegos De-Mentes

Nada tan tentador y cómodo como la auto-compasión… Un compromiso con la inacción y la pasividad… Ese lugar tibiecito que nos abraza pero engañosamente nos está atando de pies y manos… lástima de nosotros (“pobre de mí!!”)… ¿Pare de sufrir o regodéese en su dulce condena??... Es casual y paradójicamente una sensación LAMENTABLE. O esa es mi sensación al respecto… Por momentos nuestro interior nos empuja (o nuestro entorno nos contagia e influye) para caer en ese Universo que nos devora sin avisarnos de las consecuencia. Es como un agujero negro de nuestra existencia… puede llevarnos a la perdición o a enredarnos en un espiral de inútiles quejas y pesimismo barato.

En verdad, está en nuestra naturaleza como humanos la tendencia a contemplar y hasta disfrutar de “la caída de un grande” pero no interesarnos en la misma proporción por el ascenso y/o progreso del ser… no lo encontramos tan atrayente y vertiginoso; nos gusta hacer leña del árbol caído. Pero aunque resulte increíble, no es sólo placentero el dolor ajeno; sino también el propio. Colocarnos en una lápida como mártires de otros, o de la vida misma. Me ha pasado muchas veces (todo lo que expreso en estas líneas, no es algo de lo cual estoy exenta) y ha logrado realmente decepcionarme mucho de mí. No espero eso de mi persona… Pero con el paso de los años y de experiencias vividas, resulta más frecuente. Lo positivo de esto, es ser concientes de la situación y esforzarse por salir de la misma… no es fácil es cierto, requiere de mucho trabajo, reflexión y acción… sí sí, creo que la acción es el remedio justo… salir de “ese sillón o esa cama” que nos cobija para recordarnos nuestras desgracias, y tomar las riendas del asunto y de nosotros mismos.

De más está decir que realmente muchas circunstancias nos superan, agobian, deprimen, y entristecen profundamente… De más está decir, que muchas, muchas veces, escapan de nuestro control y área de influencia. Sería ridículo negarlo… Pero ponernos en papel de víctimas difícilmente sea de ayuda para crecer como personas y aprender. Y lo peor del caso, nos ciega a ver las cosas positivas que sí tenemos y que también se nos presentan por el camino… Nos convertimos en quejumbrosos-pesimistas-renegados crónicos y compulsivos, en lugar de hacernos cargo de nosotros mismos y de nuestras vidas. A qué nos lleva?? A boyar como un barco sin timón, sin rumbo, sin objetivos, sin deseos, sin sueños… Y ahí sí que la propia existencia se torna infructuosa… No aprendemos ni tampoco aprehendemos nada…

Mirar para atrás cada tanto, nos ayuda a ver el progreso que hemos hecho y continuar proyectándonos hacia delante. Nos motiva… Ahora si estuviéramos constantemente mirando para atrás, cómo avanzaríamos??? Estaríamos siempre en el mismo lugar! Anestesiados y alienados de la realidad que nos pasaría por encima.

Algo que muchas veces no favorece es el compararnos con otros y con su suerte en la vida…No podemos esperar equidad perfecta y al 100% en este aspecto… La vida sería aburrida y no podríamos enriquecernos y ayudarnos unos a otros… pasaríamos en serie como en una cinta transportadora, atravesando las mismas situaciones y cosechando idéntica experiencia.

Quizás esta tendencia a la auto- martirización se pueda ver de manera más concreta cuando nos creemos víctimas de otras personas o de circunstancias que consideramos injustas. Solemos personalizar, de hecho, situaciones desagradables o difíciles de sobrellevar para “encontrar un culpable” (nos es muy complicado reconocer que a veces eso no existe en la práctica) o para justificar determinadas reacciones (propias o de terceros). Parece que al descargar tintas sobre otro, le encontramos una explicación causal más lógica a lo que nos sucede (explicación que muchas veces no existe y es inútil querer encontrar)… Y obviamente, al personalizar hechos, perdemos todo tipo de objetividad… ya que analizar personas implica ineludiblemente la intervención de subjetividad (sentimientos, juicios de valor personales, etc).

Ni hablar cuando actuamos como fiscales acusatorios, para precisamente defender nuestra causa perdida… Pero no sólo eso… también queremos dictar sentencia y ejecutar la “merecida condena” para nuestro victimario… En resumen, nos erigimos en jueces, fiscales, verdugos y abogados defensores... todo a favor de la víctima: nosotros mismos… víctimas de un “muy cruel victimario”… “¿Cómo ME PUDO haber hecho esto??” “¿Cómo ME PUDO haber pasado algo así?”… las dos caras de una misma moneda: PERSONALIZAMOS la situación, tanto de un lado como del otro… Cuando generalmente, las personas implicadas son sólo un factor eventual en determinadas circunstancias.

En la práctica, las cosas difícilmente se puedan reducir a eso. Pero a veces, solemos simplificar los hechos acorde a nuestras sensaciones y maneras de vivirlo… o acorde a lo que nos resulte más cómodo.

Porque sí, sentir pena de uno mismo en parte es bastante cómodo. Nos ahorra un poco de reflexión racional (ya que es más fácil pensar en términos de “blanco vs. negro”, agresores vs. agredidos, que en “grises”) y nos paraliza frente a un esfuerzo para la superación (como dije al comienzo)… pero también es muy peligroso… porque nos impide crecer a nivel humano… Lejos de traernos alivio, imponernos una tortura de esa clase nos derrumba emocional y moralmente una y otra vez. 

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